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LAS BUENAS AMIGAS

Víctor Sandoval

Argumento


En un apartamento un hombre discute con una mujer. Se cansó de ella, no la quiere más. A diferencia de otras oportunidades ahora está en condiciones de dejarla. Se quedó sin trabajo y decidió irse. Tiene amigos y conocidos en el exterior. Además de emigrar, la abandona y la deja sola.
Ella a los 25 años sabe que tiene una vida por delante, que tiene estudios cursados y terminados, que está en condiciones de defenderse en la vida, pero comprende también que con los ingresos que obtiene de la oficina en que trabaja, no puede sostenerse sola por su cuenta.
No encuentra trabajos mejores. La desalojan y sale a mendigar por la calle.
En determinado momento una pareja de 39 y 46 años respectivamente, de buen nivel cultural, cuando salen de un Pub, se les acerca y les dice: "Perdonen la molestia, no quiero entrometerme, pero tengo la sensación de que yo a ustedes los conozco de algún lado. No puedo precisar el lugar, pero algo me dice, no sé bien que es, que en algún lado los ví". Se acerca a ellos, se presenta y les pregunta: "¿Tú cómo te llamas?"; Respectivamente a cada uno.
A partir de allí comienza a darse una relación distinta. La invitan a la casa y se queda a vivir con ellos. Una sensación de felicidad muy grande invade aquel hogar. Atrás quedaban aquellos avisos que ponían por Internet: "Estoy buscando una chica que comparta conmigo todas las fantasías que se puedan llevar a la práctica entre dos mujeres....pasarla bien ...mucho sexo y apasionado... yo me veo muy bien y tengo buena onda; de ti espero lo mismo ...te espero. El solo mira". Una felicidad muy grande unificaba aquel matrimonio. Se miraron ese día, cuando le dieron el altillo para dormir, y se dijeron mutuamente: "Por fin, hemos llegado a destino; ahora sí, tenemos lo que tanto buscamos". Una nueva época se venía para ese matrimonio, muy lejos de toda aquella búsqueda desesperada, con avisos como: "Nos gustaría contarte muchas cosas más de las que podemos hacer por este medio que es un poco frío....de cualquier manera te cuento que somos una pareja linda, muy bien parecidos y con mucha buena onda, de buen nivel y que hace tiempo queremos incorporar una mujer que desahogue las fantasías y juegos que tenemos, que además reúna las características de ser simpática, linda, pasional y con muy buena onda, comprometida con una relación de este tipo ya que esperamos que aportes a nuestras fantasías, deseos e imaginación. Estamos dispuestos a pasarla muy, pero muy bien....mándanos tu teléfono y seguimos, nos conocemos las voces ....y fijamos la primer cita en un lugar cómodo. Besos Viviana".
Él siente que ha logrado una cosa importante en la vida: "acostarse con dos minas" y no quiere "meter la pata" y embarrarla, por eso le dice a su esposa: "Yo no voy a interferir para nada en esto. Dejo todo en tus manos. Recién cuando ella se sienta cómoda y vea que mejor que acá no va a estar en ningún lado, entonces comienzo a intervenir, lenta y pausadamente. Mientras, no quiero obstaculizar en nada esto. No quiero que en ningún momento se sienta mal o violentada.". En la cara de satisfacción, decía todo. Le brillaban los ojos, con ese brillo solo parecido, a aquella vez, cuando un amigo lo convidó en el liceo, con un porrito de marihuana. La mirada feliz, feliz en demasía y unas ganas muy, pero muy grande de comer.
La esposa se sentía como si hubiera adoptado una chicha y descubriera por primera vez, el rol de madre. Ella la miraba con cara lánguida, como derritiéndose.
Iba muy seguido al gimnasio, tenía una buena fisonomía, llegaba cansada y los ejercicios de abdominales y glúteos eran la cosa que con más perfección realizaba. Una vez haciendo localizada, tuvo un pequeño fluido que le mojó la parte pudenda del yogui. A partir de ese momento, no sabe bien porqué, la gimnasia se le volvió una necesidad apetecible, solo suspendida y a regañadientes, en esos días de imposible ejercitación. Consultando en el baño el espejo ovalado que tiene, no pudo encontrar la resolución a ese enigmático proceso en dónde el ejercicio de glúteos se le volvió prioritario. Una vez sintió que una compañera de ejercicios le decía a otra; "Después de esto, no sabes las ganas que tengo de darle a un hombre, lo que solo sabe pedir". Pero ella, además de eso, que ya de por sí es erotizante, tenía necesidad de masaje, de caricia, de apoyo emocional en la situación y no meramente una suerte de hombre consolador, "Hombre taladro, que no sirve para otra cosa", decía, con cierto gesto de amargura: "Son hombres, hombres y basta".
Estaba cansada de estar con un hombre que piensa que las sabe todas, que nada se le escapa y que en cada tema se siente omnipotente. Cada alarde de virilidad, le resultaba deprimente, porque distaba muchísimo de lo que ella esperaba de él.
Por fin encontraba lo que solo una mujer puede darle a otra: el reconocimiento de su propio cuerpo, la frescura que exige el contacto y las caricias.
El amor de esta muchacha le parece más fresco y natural y sobre todo, espontáneo y sincero.
En realidad, quien más necesitaba a esta muchacha era él, porque era la forma de aprender, decía ella "a colmar de placer a una mujer". Por eso vio siempre con buenos ojos la honestidad de su marido; no se propuso serle infiel con otra, al contrario, quiso poner todo fraternalmente sobre la mesa, y hacerla a ella feliz con otra, con alguien juvenil, fresco, limpio como ellos, agradable, alguien que además de hacer el amor con una mujer, viva en el cuerpo de una mujer el amor que brinda y transmite. Eso solo, el verla contenta y satisfecha a ella, lo hacía feliz por partida doble; como gran macho y como gran dador de placer y felicidad.
Él sabía perfectamente, por experiencia propia, que nunca una nueva amante es igual que la anterior. No hay dos mujeres iguales. Son todas diferentes. Él sabía también, porque el tema lo traía a mal y buscó asesorarse al respecto, que así como a los hombres les preocupa el tamaño del pene, cosa que bien vista no tiene la importancia que se le suele asignar, ellas también tienen interés en saber que piensan los hombres de su vulva; Están hartas de que el espejo no tenga voz.
Cuando la relación entre ellas comenzó a avanzar se encontró con cosas impensadas para él; no solo por el hecho de que no oponían resistencia cuando se sacaban los granitos, sino por las cosas que se decían al hacer el amor. "¡Qué suave es tu cachucha!", le dice la esposa a la muchacha; "¡Qué colores más encantadores tiene, la tuya", le contesta la otra. "¡Qué excitante sos cuando estás húmeda!", le contesta a su vez.
En un beso negro, le dijo un día la esposa a la amiga: "¡Que hermosos son esos labios!"
Empezó a constatar que allí, entre dos mujeres, no existe el juego previo, todo es un juego, todo es compartir y diversión. Allí empezó a comprender que hay que dejar brotar al artista que hay dentro de uno y traerlo a la vida sexual, porque el sexo en realidad es un arte, que para el hombre solo dos mujeres que se entienden pueden enseñárselo.
Las herramientas sexuales con las que disfrutaban de ese juego mutuo eran los cerebros, las bocas y las manos , y cuando él se reservó la penetración, porque la pidió y al final se la dieron; comenzó a sentirse el ser más insignificante del mundo, con muy poco que aportar a esa relación. Empezó a sentir que las cosas en realidad son al revés de lo que creía; que era un zángano que puso a una nueva abeja reina. La vista, sustituía la sensación; le daba placer verlas, pero comenzaba a entender que lo de él, allí, era una contribución muy pobre a la relación.
Ese encuentro de los cuerpos facilitando el descubrimiento de sí mismas las convirtió en dulces amigas transitando otro camino, el de una femineidad que aspira a descubrirse
La esposa inicia la relación como una buena jefa de hogar, que orienta, ordena y organiza todas las cosas; que no se le escapa detalle, que sabe delegar funciones y supervisarlas; qué además se preocupa cuando da una orden por como eso que dijo es recibido por el subordinado. Solo le faltaba decir: "hijita, mía" cada vez que le decía: "sí, santita mía".
Comenzó por primera vez a notar en ella algo raro que le daba cosa, no era como la madre que tuvo, sino como la madre que le hubiera gustado tener. El acercamiento entre los cuerpos, hacía a la diferencia.
La chica que se sentía aniñada y pequeña, no-solo por los 14 años de diferencia que había con ella y los 21 de distancia con él, empezó a descubrir sus verdaderos padres guías. Gente buena, de sanas intenciones, alegre y divertida que hacía de la vida hogareña un centro; dejaron de ir a Pub, de buscar intercambio de parejas, de ir a bailar y preferían notoriamente la vida en el hogar. Era obediente, aplicada en las tareas y en ningún momento se sentía excluida; disfrutaba con ellos la vida en común.
A medida que la relación se fue consolidando, dormían los tres juntos.
Los amaneceres traían un nuevo resplandor a ese cuarto. Notó una vez qué relativa es nuestra visión del mundo: qué belleza hay en el resplandor de la luz solar cuando las sombras se van alejando lentamente de un cuarto dónde dos mujeres duermen abrazadas; qué poca importancia tiene en invierno la llovizna gris golpeando el ventanal, qué insignificante es el zumbido del viento atormentando la copa de los árboles. Nada de eso importa. La felicidad es un estado interior de conformidad y sosiego instintivo.
Fue en determinado momento de la relación, cuando la chica comienza interiormente a sentirse diferente: asesora, opina, tiene autonomía de criterios. Es de pronto, otra persona, que aprendió a desear y sentir por sí misma y se expresa y más que eso, comenzó a comprender las debilidades de esa pareja, sus olvidos, sus errores de manejo, sus contradicciones muy bien ocultas y, fundamentalmente, la inseguridad que muchas veces demostraban ante las dificultades y tensiones. Aprendió a socavar la relación haciéndoles sentir celos al uno del otro, y hacerlo por separado.
En ese juego triangular, al final, ella termina ocupando el lugar de la esposa oficial, la esposa oficial el de una chiquilla caprichosa que pide consejos y el marido, un servidor, un verdadero padre enamorado de los progresos de su hija.
Sinopsis

En un apartamento Alberto discute con María. Se aburrió de ella. Grita furioso, ella llora. Un cuadro parecido al de otras situaciones anteriores, sólo que ahora, cuando dice, "no me vas a ver más", habla en serio.
Alberto, 32 años, pizzero, complexión media, fue despedido de la pizzería. Tiene amigos conocidos en el exterior, con los cuáles mantiene correspondencia, les escribió una carta, que decía algo así como: "Acá la cosa no da para más, quiero irme", a lo que le contestaron: "Veníte, que tenés dónde estar hasta que te ubiques".
Dos días después se va de la casa sin decir nada.
María de 25 años siente que si bien tiene una vida por delante, que cuenta con estudios cursados y terminados, que está en condiciones de defenderse, no tiene en cambio forma de sostenerse sola.
Tiende todas las redes en la búsqueda de algún trabajo mejor. No lo encuentra. Al tiempo la desalojan y sale a mendigar hacia zonas de asentamientos precarios.
Camina y mira las calles, el tránsito, el movimiento de la gente, la vida que transcurre hacia ella con total indiferencia. La ciudad nocturna, el paso taciturno de los caminantes, los comercios, los vendedores callejeros, los bares, los pool, los pubs, las discos. "En algún lugar voy a terminar", se dice a sí misma, mientras contempla ahora, con otros ojos, ojos inciertos y angustiantes la misma constelación de cosas que existió siempre a su alrededor.
Mientras camina por la calle y mira fijo a cuánta persona le dirija la mirada, ve que es observada por una pareja. Mirta la mira e inmediatamente, José, su esposo la observa. Salían de un Pub, al que desde hace tiempo no concurrían. María al saberse observada, se les acerca y les dice: "Perdonen la molestía, no quiero entrometerme, pero tengo la sensación de que yo a ustedes los conozco de algún lado. No puedo precisar el lugar, pero algo me dice, no sé bien que es, que en algún lado los vi". Se acerca a ellos, les dice: "Soy María Fuentes" y le pregunta a él y a ella, respectivamente por su nombre.
A partir de allí la relación comienza a distenderse y la invitan a la casa. Quiso la casualidad que al poco tiempo de llegar a esa casa comenzara ese día a llover torrencialmente. Tuvo la sensación desde el comienzo, al ver aquel ventanal mirando la costanera, aquel jardín podado con el caminillo de piedra laja, aquellas baldosas térmicas y el entorno general interno de la casa, el jardín del fondo, el parrillero, la cochera, incluso el perro boxer que la miraba sin quitarle la vista de encima, que ya había estado alguna vez allí, aunque todas las evidencias indican que era absolutamente imposible que tal cosa hubiera podido ocurrir.
Ese primer encuentro fue memorable; le llamó poderosamente la atención la ausencia casi total de resistencias por parte de José y Mirta. Un José de 46 años, complexión atlética, pero de solo trabajar el pecho en detrimento de lo demás, que se nota que es atlético, pero no se sabe bien por qué hay como una cierta inclinación de los hombros hacia delante y una Mirta de 39 años, 1:77, alta, de 67 kilos, complexión media de tipo también atlético, pero de solo trabajar los glúteos, abdominales y piernas descuidando hombros y espaldas. Cuando se sienta transmite una sensación de debilidad y de indefensión femenina, con sus bracitos chiquitos y sus hombros caídos, y cuando camina y muestra los glúteos, abdominales y piernas es realmente impactante lo que transmite.
Se sentaron los tres en la mesa, conversaron. Vieron que era una persona de buen nivel, llamaba en cambio la atención el descuido o desaliño general de la vestimenta. Le ofrecieron que se bañara y luego la invitaron a comer .
Atrás quedaban aquellos avisos que ponían por Internet, del tipo: "Estoy buscando una chica que comparta conmigo todas las fantasías que se puedan llevar a la práctica entre dos mujeres...pasarla bien...mucho sexo y apasionado...yo me veo muy bien y tengo buena onda; de ti espero lo mismo... te espero. Él sólo mira".
Una alegría muy grande había en ese momento entre José y Mirta. Se miraron ese día, cuando le dieron una habitación chica que tenían para dormir y se dijeron mutuamente: "Por fin, hemos llegado a destino; ahora sí, tenemos lo que tanto buscamos". Una nueva época venía para ellos, muy lejos de toda aquella búsqueda desesperada, con avisos como: "Nos gustaría contarte muchas cosas más de las que podemos hacer por este medio que es un poco frío...de cualquier manera te cuento que somos una pareja linda, muy bien parecidos y con mucha buena honda, de buen nivel y que hace tiempo queremos incorporar una mujer que desahogue las fantasías y juegos que tenemos, que además reúna las características de ser simpática, linda, pasional y con muy buena onda, comprometida con una relación de este tipo ya que esperamos que aportes a nuestras fantasías, deseos e imaginación. Estamos dispuestos a pasarla muy, pero muy bien...mándanos tu teléfono y seguimos, nos conocemos las voces... y fijamos la primer cita en un lugar cómodo. Besos Mirta".
José siente que ha logrado una cosa valiosa en su vida, como lo demostró una vez en una conversación en un café con unos amigos: "Acostarse con dos minas, no es pa' cualquiera y con más de dos, solo muy pocos.". Teme, porque es conciente del alcance que tiene el logro alcanzado, "meter la pata" y embarrarla por algo mal dicho o inoportuno, por eso le dice a Mirta: "Yo no voy a interferir para nada en esto. Dejo todo en tus manos. Recién cuando ella se sienta cómoda y vea que mejor que acá no va a estar en ningún lado, entonces comienzo a intervenir lenta y pausadamente. Mientras, no quiero obstaculizar esto. No quiero que en ningún momento se llegue a sentir mal o violentada", y le recalcó especialmente, "tiene que sentirse como en su casa".
José en la cara de satisfacción decía todo. Le brillaban los ojos, con ese brillo solo parecido a aquella vez, cuando un amigo lo convidó en el liceo, con un porrito de marihuana. La mirada feliz, feliz en demasía y unas ganas muy, pero muy grande de comer. Daba la sensación de estar brotado de felicidad y que fuera tanta que al no entrarle toda en él, una parte a raudales se le escapaba por los ojos y la boca. Esa situación lo autohipnotizaba como si fuera un sonámbulo, pero en estado normal de conciencia.
Mirta se sentía como si hubiera adoptado a una chica y mientras la miraba como una madre protectora que vela por ella, se derretía, con cara lánguida por besarla y acariciarla. Esa mirada tan típica de las mujeres liberales con el consentimiento y alegría de su marido: ojos transparentes, cristalinos, confianza en sí misma, cierta languidez, y capacidad de respirar conjuntamente con aquel que están deseando al ver. Dentro de un gesto general de alegría y conformidad, un vigoroso deseo de aproximación sin timidez.
Los ojos brillosos y autohipnóticos de él y la respiración buscando con mirada lánguida al otro de ella, parecían ser el santo y seña y la clave, la ID y la pasword, la señal de identificación, de esta pareja en la búsqueda de sus iguales.
Mirta iba muy seguido al gimnasio y tenía una buena fisonomía. Lo que con más perfección hacía eran los ejercicios de abdominales y glúteos.
Cierta vez haciendo gimnasia localizada, tuvo un pequeño derrame de fluido. Lo que mojo la parte pudenda del yogui. Si bien en ese momento trato de cubrirse con cierta vergüenza, no sabe bien porqué, la gimnasia se le torno una necesidad, solo suspendida, en esos días que la regleta determina como de no recomendables. Miró luego en el baño con su espejo ovalado, qué pudo haber ocurrido ese día y en particular no encontró nada distinto. Lo cierto es que el ejercicio de glúteos se le volvió placentero. Una vez sintió que una compañera en el gimnasio le decía a una amiga de ella: "Después de esto, no sabes las ganas que tengo de encamarme".
En el caso de Mirta, además de eso, había necesidad de masaje, de caricia y fundamentalmente, de apoyo emocional en la situación. No era la necesidad de un hombre consolador: "hombre taladro", especialista en eso solo y que no sirve para otra cosa. Con cierto gesto de amargura solía decir: "Son hombres, hombres y basta".
En realidad estaba cansada de muchas cosas; de un hombre que piensa que las sabe todas, que nada se le escapa, que en cada tema se siente omnipotente. Cada alarde de virilidad le resultaba deprimente, porque distaba muchísimo de lo que ella esperaba de él.
Por fin encontraba lo que solo María podía darle con sus 25 años recién cumplidos; el reconocimiento de su propio cuerpo, la frescura que exige el contacto y las caricias.
El amor de esta muchacha le parece más fresco y natural y sobre todo, espontáneo y sincero. Le encantaba verla cuando con sus manos se peinaba el pelo mojado hacia atrás dejando ver sus axilas y marcando sus pezones en el bikini. A medida que la comenzó a descubrir a María vió que tenía un buen cuerpo, con unos pies casi perfectos, unas piernas largas y bien formadas, los pechos pequeñitos y duros. Le gustaba verla vestida con unas sandalias, falda larga y un top con los brazos al aire.
La primera vez que ocurrió el encuentro sexual, Mirta se duchó, se sentó en los pies de la cama, se quitó la toalla con toda la naturalidad del mundo quedando desnuda delante de ella enseñándole toda su desnudez y su pubis con el bello muy cortito y negro. Con la misma toalla comenzó a secarse el pelo. Dejó caer la toalla y al recogerla acarició con sus manos los hermosos pies de María, quien no se movió, por lo cual continuó con las caricias por sus tobillos.
En ese momento María suspiró, y le dijo a Mirta, entre susurros como si quisiera que no la oyese ‘continua ’. Mirta continuo acariciando sus tobillos, le saco sus sandalias y le beso sus pies, continuo besando sus tobillos, pantorrillas y al llegar a sus muslos se paró, pues estaba excitadísima y tenia miedo que José le dijera qué estaba haciendo al sorprenderlas a las dos juntas. Como no dijo nada Mirta paso a acariciar los brazos de María y sus axilas peluditas de vello rubio y María empezó a suspirar. Frente a esto Mirta se acercó a su oreja y le comentó que en la intimidad a José le gustaban las mujeres y que les encantaría a los dos acariciar todo su cuerpo junto con su marido. María le comentó que la situación era totalmente nueva para ella, que nunca le había ocurrido algo así, pero que ahora deseaba que llegara el momento.
Aquí Mirta se acercó a sus labios y los beso suavemente. Les desabrocho el sujetador del bikini y dejó sus preciosos pechos delante de ella, los acarició con sus manos y los besó mordisqueando los pezones de María, que dicho sea de paso, estaban duros como piedras.
Mirta también tenía los pezones duros. ¡Qué agradable sensación fue para ella ver aquel cuerpo moreno con las marcas blancas del bikini y su pubis peludito de vello rubio! Empezó a lamer sus labios y clítoris. Lo hizo pasando la lengua de arriba abajo hasta llegar a su ano rosado y pequeñito. Bajó por sus piernas besando el interior de sus muslos. María le pidió expresamente que continuara besando su cola, ya que le daba mucho placer y que su marido nunca le había hecho el amor por aquel sitio. Entonces Mirta continuó besándole el culito y apretándolo con su lengua para que dilatara e introducírsela un poquito. Le dijo que se pusiera en postura de cuatro patas apoyando la cabeza en la almohada para poderla besar mejor y disponer de una vista privilegiada para esa colita rosadita. Estuvo largo rato pasándole la lengua por toda la concha, clítoris y cola mientras tanto ella se masturbaba suavemente. Cambiaron de postura para hacer un sesenta y nueve. Muy tímidamente María empezó a besar y lamer su conchita mientras Mirta continuaba con el suyo. María empezó a tener espasmos y se corrió abundantemente dejándole toda la cara llena de sus jugos. Después se fue Mirta con gran placer también en su cara. Ambas se estiraron una al lado de la otra acariciándose y besándose en la boca. Habían pasado casi toda la tarde y José no tardaría en llegar.
Lo que más le llamó la atención a Mirta fue el esfínter apretadito de María cuando le dijo que se relajara, y poco a poco introdujo el dedo y empezó a moverlo. Era una cosa encantadora, María suspiraba, y después Mirta le puso el otro dedo mientras le besaba su cachucha.
En realidad era José quien necesitaba a María con más intensidad que Mirta, porque, era la forma de aprender como colmar de placer a una mujer. En un principio él solo miraba y más nada. No quería interferir. Ver que la esposa estaba contenta y hacía mejor el amor con él, ya eso sólo lo dejaba satisfecho.
Él sabía que María no era igual a Mirta, pero que lo importante aquí era el reconocimiento de los cuerpos; ellas tenían interés, era lo nuevo en la relación en saber que piensan los hombres de su vulva. Comenzó a notar que estaban hartas de que el espejo no tenga juicio ni palabra.
Fue así que a medida que la relación avanzaba se fue encontrando con situaciones impensadas; no sólo por el hecho de que no oponían resistencia cuando se quitaban mutuamente los granitos de la nariz, sino por lo que se decían entre ellas al hacer el amor: "¡Qué suave es tu cachucha!", le decía Mirta a María: "¡Qué colores más encantadores tiene la tuya!", le dice María a Mirta: "¡Qué excitante sos cuando estás húmeda!", le contesta a su vez Mirta a María.
En un beso negro, le dijo un día Mirta a María: "¡Qué hermosos son esos labios!" ,"¡Qué tiernos!".
La belleza que transmitían esas dos mujeres estaba más allá de lo genital propiamente dicho. José vio de María unas tetas que incitaban a ser mordidas, tan redondas y perfectas, y una melena negra hasta casi la cintura que le daba un aspecto salvaje y selvático. Despertaba en él unos deseos incontenibles de morderle a María esos labios tan jugosos. Además, siempre que José le hablaba a María, la miraba como si supiera que es lo que ella pensaba de él. Era una sincronización muy placentera que trascendía la mera sensualidad del encuentro con Mirta. El solo mirar inicial de José, lo puso en una situación privilegiada, le dio el don de un pitoniso. El movimiento de los cuerpos le permitió develar el enigma de lo más profundo de esas dos mujeres. Una rara sensación sentía en el ano, presentía José, que tal vez, el tercer ojo se encuentre allí.
Cuando dormían los tres juntos no paraba de mirarlas a las dos acostadas. Empezó a comprender que no existe entre ellas el juego previo, sino que todo es una diversión, todo es comportamiento lúdico. Ellas están acostumbradas a compartir y no les es difícil hacerlo también con su cuerpo. "Hay que dejar brotar el artista interno", dijo una vez "y llevarlo a la vida sexual. Ahora entiendo a los orientales, hay sabiduría allí, ¡Qué increíble!".
Un día entró en escena también él. Dejo de mirar y paso al ataque. Penetro a María y allí mismo, tal era la excitación y la calentura que tenía, que acabó y se fue. La corrida fue inmediata y se dio vuelta. Luego comenzó a sentirse vacío, pobre, con poco que dar, sin capacidad de generar la erótica que tanto le gustaba. Un vacío interior semejante a una gran masturbación, un vacío culposo, el de estar por debajo del rendimiento y la eficacia que se debe tener. Un placer pobre, que dista y está lejísimo de ese enorme manantial de belleza que tenía entre sus manos.
Tal vez las cosas fueran, entonces, al revés de lo que José creía; quizás fuera él un zángano que puso una nueva abeja Reina. Lo único placentero era el mirar, porque al actuar era muy insignificante su aporte a la relación.
En determinado momento la situación general comienza a transformarse lentamente; María es más activa, es más autónoma en la búsqueda de placer, es capaz de pedir y solicitar lo que quiere. Descubre, por primera vez, que en realidad goza poniéndose encima de José y no por debajo, y que le da placer ser acariciada por Marta, fundamentalmente en la espalda. Que le encanta que le hablen bajito a la oreja y que la penetren por detrás; que no hace falta quererse para hacer el amor, que el sexo también es una forma de dar afecto.
Todas estas cosas eran nuevas en María; jamás las hubiera supuesto si no fuera por la relación que mantenían ambas con José.
También comenzó a comprender las debilidades y contradicciones de esa pareja. A José le gustaba que le pusieran el dedo en la cola presionando hacia abajo, hacia el lado de la próstata. Lo comprendió un día que tenía constreñimiento y que cuando fue al baño a defecar, le salía tan duro de la cola, que no sabe la causa por la cual tuvo en ese momento una fuertísima erección. A Marta le gustaba que la mordieran y la apretaran, generando una especie de orgasmo salvaje. En gran parte María comenzó a convertirse en el fiel de la balanza; cuando le besaba y chupaba el pene a José, le miraba a los ojos con dulzura, y cuando acariciaba suavemente los pezones de Marta, le hablaba dulcemente al oído. Lo hacía porque sabía que eran los puntos débiles y hábilmente a veces se inclinaba hacia uno, otras hacia el otro.
En esa relación ella, María, finalmente, es quien determina las ropas mejores para cada uno, los días de salida en dónde integraban a algún hombre solo, con las características deseadas: limpio, culto, prolijo y que pese a ser un solo, comparta los valores del intercambio; discreción, humildad y ubicación.
María parecía ser la esposa oficial, Mirta una chiquilina juguetona y caprichosa y José, más que otra cosa, un padre contento con los progresos de su hija.